
El sábado vi un video viral sobre una mujer joven insultando y golpeando a un chofer de una aplicación de transporte. El hecho se inicia cuando el conductor, un hombre de unos 60 años de acento venezolano, le pregunta a la mujer si puede sentarse en el lugar del copiloto. “¿Se puede montar adelante? Es que, mi amor, están fiscalizando mucho”. La tipa accede, pero lanza de inmediato, apenas ingresa al automóvil, una sarta de ofensas y garabatos de grueso calibre. Que no me puedes obligar a subirme adelante. Que lo haces para mirarme las piernas. Que eres un abusador sexual. Que te voy a denunciar a carabineros. Que tengo un arma en mi cartera. Que la voy a usar. Que saco el fierro. El sujeto, desconcertado le explica que no, que nadie la está forzando, que solo se lo pidió, que si quiere puede bajarse, que no hay problema. Pero ella le exige, le ordena, que la lleve a su destino. ¡Llévame, llévame! Y el hombre, sumiso, tal vez sin saber qué hacer, aprieta el acelerador. En el trayecto los insultos y las amenazan no cesan. Que devuélvete a tu país. Que eres del Tren de Aragua. Que acosador. Que tal por cual. El tipo intenta, inútilmente, hacerla entrar en razón. Que no. Que no soy eso. Que tengo dos hijas. Es que usted no entiende. Pero fue callado con un furioso manotazo en la cara. Se notaba la impotencia. Se notaban las ganas de llorar. Vi el video completo. Dura cerca de 15 minutos. Eso duró la carrera. Eso duró la humillación. Yo también sentí rabia. ¿De dónde viene tanta agresividad? Una barbarie.
Pero la barbarie continuó en otra dirección. Esta mañana apareció en la prensa escrita una nota en donde la mujer pedía perdón, decía estar totalmente arrepentida, y señalaba haber llamado al chofer para pedirle disculpas. Denunció amenazas de muerte y la filtración de su certificado de nacimiento, datos bancarios, domicilio de ella y de sus padres, números de contacto y la foto de su madre, advirtiendo que la golpearían. Comentó, además, que habían maltratado a una mujer en la esquina de su casa, confundiéndola con ella. “Estoy muy asustada. Tengo mucho miedo. Incluso en las noches despierto y pienso a veces en matarme” – dijo. La muchacha, de 26 años, cuenta que estuvo internada en el Sename de los 13 a los 18, que vivió en situación de calle, que fue adicta a la cocaína y a la pasta base. “Nunca conocí a mi papá, nadie me dio valores, yo me quedé sola”. No justifica el error que cometió, pero ayuda a entender.
Hace tiempo que nos acostumbramos a solucionar los problemas a través de los medios públicos, las redes sociales, la funa y la cancelación. Intentamos dar lecciones, hacer justicia, poner al victimario en su lugar, pero de una forma tan o más injusta y desmedida que la original. ¿Quién es más cobarde? ¿la mujer que montada en un auto insulta y golpea al chofer, o quienes la amenazan de muerte y filtran su información públicamente, amedrentando, desde la sombra y el anonimato? ¿Quién, finalmente, hace más daño?
Deben ser las ganas de venganza, un incontenible afán por castigar, de humillar al que humilló. Por eso se desata el circo romano en las redes y también en matinales de televisión. No hay piedad. No hay complacencia. Ningún interés en poner freno a este absurdo y peligroso juego. Mientras rinda rating y mientras nos haga parecer mejores personas, adelante, que siga la función.
No se trata de que una situación como esta quede impune. Para eso están los tribunales de justicia. El conductor de la aplicación, con razón, denunció el hecho en la PDI. “No quiero que esto ocurra con ninguna otra persona”, dijo. Y, ojalá, así sea.
No es solo la mujer quién se equivoca. También quienes responden, ocultos en la noche, con el escarmiento público. Hay que intentar dominar ese desenfreno, esa agresividad, y sobre todo esa sospechosa proyección de apuntar a los otros (nunca a uno mismo) por sus errores y miserias con escándalo y publicidad. También hay en eso una barbarie, un enorme daño y una tremenda hipocresía.
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Por Matías Carrasco.