
Me encontraba en Osorno, en una reunión de trabajo, hablando de cultura corporativa y otros asuntos, cuando me advierten de una buena imagen allá afuera. Miro por la ventana, y en lo alto de un edificio viejo, se ve la bandera nacional flameando, rasgada y sucia, y a su lado, un jote de cabeza negra, el buitre chileno, como esperando que algo pase. De fondo, un cielo gris. ¿Una premonición?, pensé. Saqué una foto.
Me quedé con ese cuadro. Algo tenía que significar. Un ave carroñera acechando un emblema roto, simbolizaba… ¿qué? Quizás no simboliza nada y yo me estoy dando más vueltas que un rondín para buscar un tema sobre el cual escribir esta columna. O tal vez es la escena de un país maltrecho, agonizante, y de un pájaro sombrío a la espera de su muerte para caerle encima y hurguetear en sus vísceras. ¿Será tan así?
Es cierto que estamos viviendo tiempos complejos. No vale la pena recurrir a un optimismo ciego cuando el camino se ha hecho más angosto y el paisaje más feo. Está la crisis de seguridad, la corrupción, una clase política mediocre, el espacio público desmejorado, las instituciones a la baja y la economía estancada. Pero al lado de todo eso, también estamos nosotros, una sociedad que se ha vuelto cada vez más quejumbrosa, frívola y violenta. Si hasta por un tulipán dejamos la zafacoca.
Hay un pesimismo instalado, a ratos conveniente. Aparece la pregunta de que cuándo se jodió Chile, porque parece ser que Chile ya está jodido, que no hay vuelta, que nunca seremos lo que alguna vez fuimos, que el país se echó a perder, que no hay por dónde, que el gobierno, que la incompetencia, que la derecha, que la izquierda, que los empresarios, que hasta cuándo, que esto no da para más. Nos estamos convirtiendo en buitres a la espera de que Chile tropiece, para decir que teníamos razón, que viste, que te lo había advertido, que no llegaremos a ninguna parte, que espérate no más, que esto puede ser peor. Nos estamos acostumbrando a la lógica de las redes sociales: a los gritos, a la beligerancia, la irreflexión, y sobre todo, a la hipocresía.
En épocas duras, principalmente cuando las cosas se ponen más amargas, hay que luchar contra el pesimismo e intentar una mirada justa de la realidad. Cuando estamos volando a ras de suelo, bajito, bajito, es cuando necesitamos gestos y acciones excepcionales. El pesimismo es fácil, es un arranque, una pulsión, un rabioso vaticinio, que siempre culpa a otros, pero nunca a uno mismo. Lo excepcional es dar la pelea, resistirse a lo obvio y apuntar hacia arriba. El humor ayuda (y mucho) y las preguntas también: ¿por qué estamos en esto? ¿qué significa? ¿se trata solo de Chile? ¿son fenómenos globales? ¿y cómo diablos se soluciona? Y yo, ¿tengo algo que ver en todo este asunto? Tal vez no encontremos respuestas, pero sí una conversación interesante y franca.
No podemos quitar la vista de una bandera ajada y descosida, pero en vez de esperar o contribuir a que se siga rompiendo, como jotes al aguaite del desenlace, podemos decidirnos a tomar hilo y aguja y comenzar a coser, puntada a puntada, con la esperanza de Penélope, el alma que se nos ha roto.
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Por Matías Carrasco.
vamos por ese costurero
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