POR LO MENOS

Tengo un amigo que le decimos el “por lo menos”. Es un tipo afable y cariñoso. Tiene los ojos caídos y un andar lento y acompasado.  El apodo se lo ganó por esa costumbre de reaccionar, cuando uno menos se lo espera, de forma desmedida y descuadrada. Es como intentar matar a un piojo con una escopeta. Podemos estar en círculo, con un vaso en la mano, conversando animadamente de cualquier tontería. Uno le lanza una talla, nada especial, algo más bien inofensivo, y nuestro amigo responde: “por lo menos a mí no me engaña mi mujer”. Se hace un silencio corto, y luego viene la risotada. Todos nos reímos. Incluso el cornudo. Conocemos al “por lo menos”. Conocemos su insólita debilidad. Lo queremos. Sabemos que no hay mala intención, aunque la patada vaya directamente a la rodilla. Tiene la gracia de que sus embates produzcan sorpresa y carcajadas, y no reproches ni camorras. Tal vez su aspecto bonachón le juegue a favor.  

Sus “por lo menos” están cargados de una pólvora seca y explosiva y siempre plantean un contraste bestial. Por lo menos tengo trabajo. Por lo menos me hago cargo de mis hijos. Por lo menos mi padre se acuerda de mí. Sirve para hundir a quién tenga al frente, para humillarlo, para dejarlo en pelotas frente al mundo, pero también funciona para marcar una distancia, cierta diferencia con el desgraciado oponente de turno. Tiene un tufillo a reprimenda moral.

Digo todo esto pensando en nuestro Presidente. En algunas de sus declaraciones, me recuerda al “por lo menos”. Por lo menos no murió como un cobarde. Por lo menos voy cuando me invitan. Comparten con mi amigo esa calentura irrefrenable y esas salidas de cuadro, de tanto en tanto. Pero a diferencia del original, el Mandatario lo dice seriamente, siempre con el rostro contraído, con aires de solemnidad. Y al otro lado, en vez de risas, se hace la bataola. Quizás sea porque es el Presidente de Chile, y al Presidente se le exige, corresponde más bien, otra altura y otra responsabilidad. En cambio a mi amigo, el “por lo menos”, no lo conoce nadie.   

Otro aspecto interesante es que el “por lo menos”, el auténtico, una vez que lanza la pachotada no se le mueve ni un solo pelo. Pecho a las balas. Es como si no se enterara del misil que acaba de disparar. O como si sintiera, extrañamente, algo de orgullo. A veces lo enfrentamos. ¿Pero cómo puede ser, hombre? Y él, como si nada. Con suerte, levanta los hombros y le da un sorbo más a su trago. Pero el Mandatario lanza un “por lo menos” y se esfuma. Y ahí están sus ministros, leales como perros, dando explicaciones. Lo que él quiso decir. Una frase frecuente, sello de esta administración. Pero conviene hacerlo. Es el Jefe de Estado y lo que diga o deje de decir, cuándo lo señala, el tono que ocupa, el volumen que decide, tiene repercusiones y puede influir en los ánimos, en los acuerdos, en los proyectos, y en la energía que mueve a Chile. Quizás por eso siente la electricidad.

A mi amigo lo hemos visto más tranquilo. No sé si es por los años, alguna reflexión que desconozco o porque nos juntamos menos. Vaya a saber uno. Pero lo cierto es que sus arranques se han domesticado. Es de esperar que el Presidente también haga lo propio. Se vería mejor en un estilo más sobrio, más contenido, domeñando sus impulsos. En ocasiones lo logra, pero a ratos se le sale la cadena. Ojalá baje un cambio…o una revolución. Por lo menos, ayudaría al ambiente y a la convivencia del país.

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Por Matías Carrasco.

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