UN INFARTO AL ALMA

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Camino todos los días de mi casa a la oficina y viceversa. Son treinta minutos a paso tranquilo, acompañado de buena música. Algunos amigos me han preguntado por qué no hacerlo en bicicleta. ¿Para qué caminar si es más rápido en dos ruedas? Y esto que parece una simple inquietud, es para mi un síntoma de lo que el ensayista y filósofo coreano, Byung-Chul Han ha denominado la sociedad del rendimiento. Avanzar con velocidad. Cumplir. Romper récords.

Otros ya han escrito sobre esto, pero el interés sobre el tema y su impacto en nuestra vida diaria, me anima a hacer mi propia reflexión.

Chile está inmerso también en esta misma lógica. Y ya son varias las generaciones que han sido formadas para rendir y destacar por su buen desempeño. Lo llevamos en el chip. Sin darnos cuenta está grabado en nuestro adn cultural. Por eso desde muy pequeños nos exigen y exigimos dejar de gatear, caminar a tiempo, pronunciar palabras, hilar frases y dejar atrás los sucios pañales. Y mientras antes suceda, mejor.

Aún siendo niños nos someten y sometemos a exámenes para medir nuestras competencias a las puertas de la etapa escolar ¡A los cuatro años! Y ahí estamos, nerviosos, ansiosos, dándolo todo para que nuestros hijos entren al colegio que, esperamos, nos augure una vida de buenos resultados.

Y comienzan las calificaciones. Ahora importa pintar dentro del círculo, aprender a escribir, luego en bailarina, comenzar a leer y ojalá de corrido. Y si no lo logramos, nos piden y aceptamos refuerzo escolar para que el mocoso nos se nos vaya a quedar atrás. Comenzó, hace rato, la carrera.

Y más tarde las miradas están puestas en la PSU y los rankings de los mejores puntajes, de los mejores colegios, de las mejores universidades. Los diarios, noticieros y matinales cubren su agenda con los testimonios de los de mejor desempeño y el Presidente de turno invitará a un nutrido desayuno en La Moneda a quienes obtuvieron puntuación nacional.   En la sociedad del rendimiento, llegar a lo más alto, tiene su premio.

Y ya de adultos la cosa no cambia. Los de agenda apretada, los 24/7 y los “no tengo tiempo”, gozan de estatus y dudosa importancia. Sabrosos bonos están indexados a nuestro desempeño y las metas a nuestra capacidad de producción. Otra vez la sociedad del rendimiento. E incluso lo que con esfuerzo ganamos, lo hacemos rendir con la esperanza de abultar el turro y verlo crecer. Invertir es la consigna.

Y cuando llega el tiempo libre, no sabemos muy bien qué hacer. Más bien no podemos “dejar de hacer”. También tenemos una agenda que cumplir. No es bien mirado el ocio, “mirar el techo” o “tirarse” en la cama a  descansar. Que las tareas de la casa, que los compromisos sociales, que las actividades de los niños. Y cuando providencialmente aparece un “tiempo muerto”, con sospechosa inercia nos enchufamos a nuestros celulares “inteligentes” para seguir rindiendo, esta vez, en las redes sociales. ¿No son acaso la manera de relacionarnos en la sociedad del rendimiento? Comunicaciones rápidas, instantáneas y eficientes. Algo vacías, pero rendidoras.

Pero el problema no está en los niños aventajados, en los de buen desempeño, en los de mejores notas, en los de buen curriculum, en los empleados del mes y en los de exitosa inversión. Tampoco en celebrarlos y premiarlos. El problema está en que no somos conscientes de la carga que llevamos en la espalda y de que estamos más preocupados de rendir como esclavos de nosotros mismos – como advierte Byung-Chul Han – que de vivir la vida que libremente queremos vivir.

Y hay más. La sociedad del rendimiento es generosa y benevolente con quién alcanza el podio de los mejores, pero cruel e indiferente con quienes no adquieren relevancia ni visibilidad, fracasan o dejaron ya de rendir. Por eso la mirada es triste e injusta hacia personas con capacidades diferentes, niños con dificultad de aprendizaje o de sociabilización, pobres, alcohólicos, drogadictos, depresivos, enfermos mentales y tantos más.

La sociedad del desempeño nos mide (y nos medimos) con la vara del rendimiento y no del amor y la libertad. Por eso, como dice el filósofo coreano, es “un infarto al alma”.

Desoigo a mis buenos amigos. Yo seguiré caminando a mi trabajo con la esperanza de que en cada paso, en cada aire fresco, en cada encuentro casual y en ese insignificante andar de todos los días, vuelva a encontrar mis pausas, mis dudas, mis sueños, mi alma y mi libertad.


Por Matías Carrasco.

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16 comentarios en “UN INFARTO AL ALMA

  1. Erika Miranda dijo:

    Qué linda reflexión Matias! Con mi hijo Renato y sus necesidades más especiales yo diría que diferentes, sentimos cada día como esta sociedad le pasa por arriba. Y mi único norte es que pueda ser feliz.

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  2. Isabel de La paz carvajal dijo:

    Si estoy muy de acuerdo con todo lo que dices,yo agregaría que así de esta manera ni siquiera nos damos cuenta del momento PRESENTE
    En cada paso que das en tu valiosa caminata Estás viviendo la presencia inmanente de tu ser unido con todo y todos en este existir donde somos uno con el universo entero

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  3. Paola dijo:

    Muy cierto y que difícil es ir contra la corriente en esta sociedad que te empuja a esta vida que claramente no es la mejor ni tampoco la que yo quiero para mi y mi familia, ojala que el mundo en general vaya cambiando, por el bien de las futuras generaciones.-

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  4. Dina dijo:

    Me encanto,una reflexion de como estamos programados por la sociedad en que vivimos,y nos cuesta revertir esta situacion,pero esta en nosotros salir del circulo vicioso… y ser felices.

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  5. muy buen post. A mi también me ha dejado pensando este filósofo chino. Cada vez que leo algo sobre el me detengo pues no sólo somos auto-esclavos sino que muchas veces somos promotores activos de la esclavitud. Cómprate una bici. Entrena de madrugada. Trabaja hasta tarde. Aprovecha al máximo el fin de semana. La carrera escolar y laboral que compartimos parece que nos va a llevar al titulo de tu post si no hacemos la pausa y caminamos al trabajo pensando en otras posibles formas de vivir y relacionarnos.

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  6. María Cristina Robles V. dijo:

    Matía: qué hermosa y profunda reflexión, yo también camino 1 hora diaria y me hace feliz. Pienso que es necesario salir del esquema en que nos quieren encasillar, por salud mental y lo más importante: para cumplir nuestra única misión que tenemos en esta vida, que es la de ser felices, y esa felicidad no la da la competencia o el dinero, sino que el sembrar amor, y disfrutar de las pequeñas cosas, que como decía El Principito, son invisible a los ojos.

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  7. José Manuel Montt dijo:

    Hola Mari, camino diariamente desde mi cabaña hasta pasarela cercana a la Carretera Austral, siempre he notado que mentalmente me hace bien, gracias a ti hoy descubrí que el motivo es porque ocurre exactamente lo que dices en el último párrafo. Gracias

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